Una de las peores pesadillas de un minero, casi tan angustiosa como sufrir un derrumbe, sería la de haber rozado, sin saberlo, las riquezas de la tierra, y haberlas dejado escapar.
Algo muy parecido a esto es lo que sucedió, en tres épocas muy distintas, muy cerca del pueblo de Carboneras, una “fiebre del oro” que nunca llegó a suceder. Sí son tangibles, y en algunos casos muy interesantes, algunos restos de patrimonio industrial, de los cuales, a pesar de la escasez de datos, vamos a intentar su interpretación.
El paraje del Palaín, muy cerca de la barriada de la Islica, linda con las primeras estribaciones de la Sierra Cabrera, y se configura como una serie de colinas abruptas y no muy elevadas, surcadas por barrancos sinuosos en la ribera norte del tramo final del río Alías.
Hacia 1870, al final del denominado “ciclo del plomo” de la minería almeriense, el Palaín va a recibir la atención de numerosos registradores de concesiones mineras, alguno de ellos perteneciente a la saga empresarial más destacada de la provincia, como es el caso de los Orozco.
De todas esas minas, nos vamos a centrar en la denominada “Prusia”, nombre escogido con gran oportunismo por el garruchero Juan Salvador Segura, en plena guerra franco-prusiana. De las 16 concesiones localizadas en el paraje, esta fue la única que pidió una “demasía”, es decir, incrementar su superficie en terrenos adyacentes, sin llegar al mínimo legal exigido para una nueva concesión. En un panorama de “minería de papel”, en la que muchas veces no llegaba a moverse una piedra, limitándose la actividad a ser meramente administrativa, esta circunstancia era indicativa de que la mina sí había comenzado a extraer minerales, y se consideraba necesaria su ampliación. Será esta mina el objeto de nuestra visita, y la que alberga los restos más importantes.
Otras minas de plomo del Palaín fueron Los Alumbres (también de Juan Salvador), Hallazgo, La Observación, Librero, Morata o El Apéndice (estas dos últimas, de Ramón Orozco Segura, hijo del gran empresario y político liberal veratense Ramón Orozco Gerez).
No disponemos de más datos sobre esta época de minería del plomo, pero debió ser muy efímera, por cuanto ya a final de la década de los 70, los Orozco comienzan a registrar en la zona minas de hierro (Desesperado, Enero, Febrero, Abril…)
Sin embargo, va a ser a finales del siglo XIX y principios del XX cuando asistamos a la reactivación de la minería en el Palaín. En la propia Estadística Minera Metalúrgica de España de 1901 se hace referencia a la existencia de diversos estudios de varias empresas en los criaderos de Carboneras. En pleno apogeo del “ciclo del hierro”, las antiguas concesiones plomizas del Palaín van a ser borradas por el impulso de los nuevos registros férricos. Y van a ser, de nuevo, grandes grupos familiares de empresarios los que aparezcan al socaire de la creciente actividad. Casi simultáneamente, los Herederos del industrial malagueño Guillermo Huelin por un lado, y la familia vizcaína Echevarrieta por otro, se van a lanzar a registrar numerosas minas en el término municipal de Carboneras, a través de sus agentes locales Juan José Clemente y Tomás Gangoiti, respectivamente. Muy pronto, los Huelin se van a apartar de la carrera, cediendo a los Echevarrieta el registro (entonces en plena tramitación) de la mina Rafael. Y, precisamente, esta mina va a coincidir casi exactamente con el lugar ocupado por la caducada mina Prusia (30 pertenencias mineras, de 100×100 metros, frente a las 24 pertenencias de la antigua). De hecho, el punto de referencia utilizado para fijar los límites de la mina Rafael va a ser “el cortijo derruido de la antigua mina Prusia”.
Cosme Echevarrieta Lascuráin fue el iniciador de la gran saga familiar vasca. Enriquecido, junto a su socio Larrínaga, con la explotación de minas de hierro en Vizcaya, su política era la de reinvertir sus beneficios en otras minas situadas en cotos más inexplorados, usando para ello una red de ingenieros y apoderados muy cualificados, que estudiaban las posibilidades de las distintas alternativas de inversión (DÍEZ MORLÁN, PABLO: Capital minero e industrialización. El grupo empresarial vizcaino “Echevarrieta y Larrinaga”,1882-1916) De entre todas estas inversiones, las que aportaron gran rentabilidad al grupo fueron las del Coto Fortuna, en Murcia, y las Minas de Ojos Negros, en Sierra Menera (Teruel), que precisamente acabaron siendo alquiladas al grupo de José Ramón de la Sota, el propietario de la Compañía Minera de Sierra Alhamilla, que a través del embarcadero de Aguamarga daba salida desde 1896 a los minerales de hierro extraídos de Lucainena de las Torres.
Las pretensiones de Echevarrieta en el Palaín debieron ser enormes, como se desprende del registro de la mina Bilbao, que ocupaba la desorbitada cantidad de 500 pertenencias mineras, además del registro Rafael (nº 24.500) y del homónimo Rafael (nº 24.462), el traspasado por los Huelin. También en Carboneras, pero en el paraje de Guijarralillo, era propietario de las minas Vizcaya y Nuevo San Andrés.
El único dato que ha sido posible localizar sobre esta época, y de una forma bastante azarosa, es la referencia aparecida en el diario “Las Provincias de Levante”, de Murcia, del 20 de junio de 1902, que señala textualmente que “en la mina que explotan en el Palaín, término de Carboneras, los Sres. Echevarrieta y Compañía, de Bilbao, se ha cortado a los 100 metros de profundidad, otro nuevo e importante filón de piritas, blendas y galena”. Esta referencia alude, muy probablemente, al pozo que se haya en lo alto de la colina de la Mina Rafael, pues su diámetro es de unos 3 metros, y sus paredes están revestidas cuidadosamente de piedra, lo que es sintomático de su gran importancia.
Sobre el papel, deducimos que la inversión debió ser ruinosa, en vista de la ausencia casi exclusiva de referencias en todas las fuentes consultadas. En particular, apoyamos esta afirmación en el hecho de que ninguna de las minas de Echevarrieta (tampoco del resto de las del Palaín) aparece en las declaraciones trimestrales a efectos del pago del impuesto sobre productos mineros, y cuya publicación en el Boletín Oficial de la Provincia fue obligatoria entre 1880 y 1910. Sí aparecían otras minas de Carboneras, las ubicadas en la Serrata, que movieron grandes cantidades de mineral de hierro, como fueron Restauración, Venganza, Vulcano y, sobre todo, Leovigildo en el Cable.
En 1902 fallece Cosme Echevarrieta, heredando sus propiedades sus dos únicos hijos, Segundo Horacio y Amalia Echevarrieta Maruri. Una década después, los Echevarrieta volvían a estar presentes en las minas almerienses, mediante la sociedad Echevarrieta y Campbell, que explotó las minas de Beires.
Hacia los años 30 del siglo XX, el colapso de la minería almeriense es ya casi total, y habrá que esperar a mediados de los años 50 para asistir a los numerosos, pero insuficientes, esfuerzos por revitalizar el sector. Uno de estos proyectos tiene lugar en 1957 en el Palaín, cuando el abogado lorquino Rafael Cachá Espinar solicita el Permiso de Investigación número 39.240, “Mari Loli”, para mineral de hierro. La superficie es aún mayor que la de la antigua concesión “Bilbao” (1000 pertenencias”), pero en esta época este hecho no es tan significativo, pues con la figura del “Permiso de Investigación” el canon a pagar a la Administración era sustancialmente menor que en caso de la concesión definitiva, por lo que no era en modo alguno inusual una extensión semejante que, de hecho, incluye también los parajes Collado Blanco, la Molata y la Islica.
Como hecho relevante, que refuerza la centralidad en la minería del Palaín del solar de las minas Prusia y Rafael, se va a tomar como punto de partida, de nuevo un punto apenas a 90 metros “de las ruinas del Cortijo que fue de la antigua mina Prusia”.
La Memoria Técnica del proyecto no aporta grandes novedades, señalando que “a finales del siglo XIX se hicieron trabajos para la búsqueda de mineral de hierro, con auge de la industria siderúrgica pero, debido a que el transporte de los minerales era el problema más difícil a resolver, decayó el interés de explotación”.
Como primera parte de la investigación, se pretendía reconocer el interior de las antiguas labores de las minas Rafael, Mi Capricho y otras, para posteriormente explotarlas racionalmente, con un presupuesto de 50.000 pesetas.
El Permiso de Investigación nunca llegó a la fase de Concesión, y en diciembre de 1960 la Administración declara su caducidad.
En definitiva, hemos recorrido casi un siglo de historia minera de la comarca, y en ningún momento aparece alusión alguna a la presencia de oro. La comarca de Rodalquilar, muy próxima, ha sido estudiada con profusión, y a lo largo del siglo XX han sido numerosos los análisis facultativos y mineralógicos. La primera referencia bibliográfica que se ha encontrado en la que se habla del metal precioso es el nº 109-5 del Boletín Geológico y Minero, de 1998. CASTROVIEJO cataloga el indicio del Palaí (sic) entre los del tipo de “formaciones de skarn con sulfuros”. Mineralógicamente se trataría de un tipo diferente al oro de Rodalquilar, y más semejante a algunos yacimientos de Asturias, los Pirineos o Badajoz (la mina de Cala, que producía oro comercialmente, como subproducto del hierro).
Muy poco después, en 1999, nos encontramos con el primer estudio monográfico dedicado al yacimiento de Palaín, de CARRILLO-ROSÚA y otros (“Mineralogía y texturas del depósito aurífero de Palai”, en el nº 22 del Boletín de la Sociedad Española de Mineralogía). En el mismo atribuyen al depósito el carácter epitermal, asociado a diferencias bruscas de salinidad en fluidos subterráneos a temperaturas entre 250 y 300ºC en las inmediaciones de la importante falla de Carboneras. Atribuye importancia económica a las piritas, el mineral predominante, al oro, que aparece como nativo o en aleaciones con plata, y a esta última, si bien con menor importancia. Los mismos autores, desde la Universidad de Granada, van a publicar sucesivos estudios mineralógicos del yacimiento en 2001, 2002, 2003 y 2007.
Tenemos constancia, igualmente, del interés desplegado por la Universidad de Tübingen (Alemania) por el posible aprovechamiento económico del oro del Palaín, en el marco de un programa de investigación de recursos patrocinado por la Unión Europea, según referencia del estudioso Ebo Hellermann.
Por último, y para añadir un toque pintoresco a la historia (ignoramos si habrá sucesivos capítulos de la misma), en el momento de escribir estas líneas la mina se encuentra a la venta de quien quiera comprarla, por 200.000 euros (negociables). En el portal de Internet milanuncios.com se anuncia como “finca de 14 Has. con reserva de oro en el subsuelo, 340.000 Toneladas, a 1,94 ppm de oro recuperable, se aportan informes”.
Llegados a este punto, la pregunta es inevitable: ¿llegaron a conocer los mineros antiguos la existencia del oro? En tal caso, ¿calcularon que no sería rentable su explotación?. Probablemente, nunca habrá forma de saberlo, aunque quizás no esté de más dar unas pinceladas de cuál fue el proceso que hizo que la minería del oro sí cuajara en Rodalquilar, muy cerca de Carboneras.
Siguiendo a SÁNCHEZ PICÓN (La quimera del oro. Visionarios locales, negocio privado e inversión pública en unas minas del sureste de España. Rodalquilar, 1883-1966), “la constatación de que en la sierra del Cabo de Gata en Almería existía oro suficiente para acometer una explotación industrial de los criaderos de cuarzo que lo albergaban, fue un proceso largo que se extendió entre las décadas de 1880 y 1920, tras algunos años de laboreo de los minerales de plomo. Esa larguísima etapa de titubeos se concretó en más de cuarenta años de pruebas, ensayos y proyectos con los que algunos visionarios trataban de romper el muro de escepticismo que rodeaba con frecuencia a las noticias del oro de Cabo de Gata”.
Cuando Sánchez Picón habla de visionarios se refiere en primer lugar a Juan López Soler, capataz de minas formado en Escuela de Capataces de Minas y Maestros de Fundición de la provincia de Almería que empezó a funcionar en Vera en 1890.
“En 1897 un tío materno de Juan López Soler, Diego Soler Torres, se haría cargo del arrendamiento de la mina Las Niñas, (…) y donde se habían detectado desde la década de 1880 las primeras trazas de la existencia de oro”. Oficialmente, la existencia de oro en Rodalquilar no fue confirmada por el Instituto Geológico hasta 1924, pero se pensaba que su explotación no sería económicamente rentable. El cuarzo aurífero se vendía como fundente a la fábrica Santa Elisa de Mazarrón. Más tarde, se hizo cargo de la Mina María Josefa, embarcándose por su cuenta en la aventura de la metalurgia, abriendo paso a los proyectos más ambiciosos que vendrían después.
Puede que en Carboneras faltara un Juan López Soler, o que entonces no se contaran con los medios técnicos para detectar la presencia del precioso metal. En cualquier caso, aquí nunca pudo llegarse ni siquiera a la quimera del oro.
Tras el recorrido por la Historia, nos centramos en la visita a los restos de patrimonio industrial, absolutamente recomendable y de muy fácil acceso. Se recomienda dejar el vehículo en la Islica, cerca del cauce del río Alías. Remontando este unos 170 metros hacia el interior, a la derecha tomamos un pequeño carril de tierra que en apenas 500 metros nos deja en el complejo minero Prusia/Rafael. Conforme vamos por ese camino, paralelo a una pequeña rambla, nos asombra la sorprendente similitud del paisaje con el del Cerro del Cinto, el epicentro de la última minería de Rodalquilar.
Llegados a las instalaciones, nos recibe un intenso olor a azufre, mientras caminamos por una explanada donde literalmente vamos pisando gruesos granos de piritas. Estas son aún más abundantes en las escombreras grises. En lo más alto de la colina, está la boca del pozo, bien cercado, y de imponente aspecto.
Además de las ruinas de un edificio (previsiblemente, el cortijo de la vieja mina Prusia), es inconfundible una gran balsa, y a un nivel inferior a esta, dos “piscinas” con un entramado de canales. Sin duda, se trata de un lavadero de piritas. Lo sorprendente es que las piscinas son cuadradas, y los lavaderos de piritas de otras zonas mineras eran circulares en esa época, hasta la aparición posterior de los de flotación diferencial, para remover la pasta triturada con una pala giratoria (los denominados “rumbos”).
Al otro lado del complejo, vertiendo a otra rambla, econtramos más escombreras y una galería de unos 15 metros, con bonitas paredes de cuarzo blanco. Los yesos son también muy abundantes.
Al noreste del complejo hay otro pozo, de igual factura que el primero, pero aparentemente de menor profundidad, del que en la actualidad se extrae agua (muy posiblemente, un yacimiento hidrotermal).
Fotos de algunos de los minerales encontrados:
La cercanía al núcleo urbano de una localidad tan turística como Carboneras, y los valores históricos y paisajísticos del paraje, reclaman a gritos que las Administraciones competentes muestren interés por preservar, investigar y difundir el Patrimonio Industrial del Palaín y su fallida “fiebre del oro”.
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