EL TREN Y YO: UNA HISTORIA DE AMOR

¿Cuándo empezó?

Mis primeros recuerdos me vienen de cuando tenía 6 o 7 años, cuando los domingos por la tarde convencía a mi padre para que me llevara a la estación de Atocha a ver los trenes un ratito. Nunca olvidaré el ruido tan grande que había bajo aquella enorme marquesina producido por los escapes y válvulas disparadas de las vaporosas, así como el resplandor infernal de sus calderas, aquellas enormes bielas y los cilindros junto a los chorros de vapor que llegaron a asustarme en alguna ocasión, aunque solo por un instante. Siempre estaré agradecido a mi padre por el tiempo que quitó de su descanso dominical para complacerme.

Estación de Atocha en agosto de 1983. 

A finales de los años 60 del siglo pasado (que lejos suena eso), aparte de los viajes a Almería a los que luego me referiré, mi padre me llevaba a Toledo en Navidad y a Sigüenza en septiembre. En las fiestas navideñas íbamos a Toledo a comprar el mazapán y el viaje de ida era vía Aranjuez, en una “Suiza”, que por aquel entonces llevaban 2ª y 3ª clase. El regreso lo hacíamos vía Villaseca en el Ferrobús y ese viaje era magnifico si tocaba la cabina abierta, pues me permitía disfrutar y soñar con el manejo por parte del maquinista del cambio de marchas y el acelerador. Menos mal que no hacía calor, porque cuando la temperatura subía en el interior, era habitual quedarse pegado al asiento, algo que no suponía ningún problema para un enamorado del tren.

Durante el trayecto, aún recuerdo de esa época que a lo largo de esta línea se veían ya apartadas muchas locomotoras de vapor, un hecho que presagiaba el inminente fin de este tipo de tracción.

Mikado cerca de Ciudad Real. 1966.

El segundo viaje era a Sigüenza, cuando el verano empezaba a languidecer, y cogíamos a la ida el Rápido Madrid Chamartín–Barcelona que salía a las 10:00 h traccionado por una enorme 4000 con esa peculiar bocina tan maravillosa como difícil de describir. Para el regreso tomábamos un curioso ómnibus denominado cariñosamente “el fiestero”, nombre que le venía de los días en que circulaba. El material era variopinto, compuesto principalmente por coches de madera en un estado lamentable, pero que a mí me parecían maravillosos. Al frente de la composición, una locomotora 2100, aunque en los últimos días de servicio de este tren fueron las 10800, apodadas “Yeyés”, las que remolcaban los peculiares coches “Yenkas”.

Los viajes a Almería merecen un párrafo aparte porque era todo un ritual que comenzaba con los preparativos, cuando el día anterior había que cargar un baúl lleno de ropa y una barbaridad de cosas para pasar mes y medio en el pequeño pueblo costero de Aguadulce, muy cerca de la capital. Dicho baúl había que llevarlo hasta Atocha por la mañana y facturarlo para que viajara por la noche en el “Expreso”. Había que llevar la cena para el tren y café por si alguien no quería bajar en la estación de Moreda para desayunar.

¡Por fin al tren! Lo primero que hacía era comprobar qué locomotora Alsthom era la responsable de llevarnos hasta Linares-Baeza. Llevar un papel con el horario de parada en las estaciones también era preceptivo.

En Linares bajaba a decirle adiós a la 7600 y aguardaba para ver el enganche de la triple 1300 que nos llevaría con entrega total hasta nuestro destino. Sus arrancadas humeantes y fogonazos por el escape quedan en mi memoria. Nunca tuve incidencias en viajes traccionados por las maravillosas “milestrescientas”. Mi respeto y admiración por su fiabilidad y al personal que las mantuvo en forma.

Un pequeño inciso. El lector podrá imaginar que quien escribe estas líneas no dormía ni un instante en todo el viaje y permanencia horas asomado a la ventanilla hasta llegar al desayuno en Moreda, algo difícil de olvidar en esa entrañable cantina impregnada de olor a café de puchero.

Antes de la renovación integral de la vía y a pesar de la baja velocidad del tren, el traqueteo era considerable y yo veía que mi familia llegaba muy fatigada. Me llamaba mucho la atención que las estaciones de Jódar y Los Propios-Cazorla tuvieran megafonía en esa época anunciando llegada y salida del tren en plena madrugada, así como una notable afluencia de viajeros.

El regreso a Madrid una vez pasadas las vacaciones seguía un patrón parecido al de ida que, para entendernos, era una movida total visto hoy en día, pero que para un niño era una aventura maravillosa llena de humo, carbonilla y fantasía.

En ocasiones me desplazaba a Salamanca con un amigo del colegio y nos apostábamos a la salida de Tejares, sentido Salamanca, donde hay una fuerte rampa y veíamos emplearse a fondo a las 1600, 2100 y las 240 a vapor.

Automotor portugués (CP) UDD 400 entre Porto y Salamanca a su paso por Tejares.

En Madrid casi todos los sábados nos íbamos a ver trenes entre Príncipe Pio y Aravaca, caminando paralelos a la vía desde el Puente de los Franceses, donde se podía disfrutar de una gran variedad de material pasando a todas horas. Una época extraordinaria para un trenero como yo.

Locomotora 7700 en Madrid-Príncipe Pío. 1973.
Tractor 10300 en Madrid-Príncipe Pío. 1973.
Automotor TAF en Madrid-Príncipe Pío. 1973

Las Alsthoms que tuve ocasión de ver, majestuosa aproximándose con su campaneo habitual y el maquinista en la ventanilla dispuesto a saludar, probablemente fueran las primeras circulaciones a 3000V en esta línea, cuando por el año 1972 se cambió la tensión de 1500 a 3000V. Sin embargo, las 7700 no solían verse por Príncipe Pío, porque ya había muchas japonesas y las “bañeras” se fueron a Miranda con el cambio de tensión, si la memoria no me engaña. Esas japonesas que parecían cajas de zapatos, las 7900, empezaban a hacerse un importante hueco en el parque de tracción de mi “ámbito de actuación” y tuve ocasión de contemplar en esas escapadas. Como un impecable electrotrén con destino Gijón, que delataba su reciente estreno.

Locomotora Alsthom 7600 a su paso por la Casa de Campo en Madrid. 1973.
Locomotora 7900 circula a la altura de la Casa de Campo de Madrid. 1973.
Unidad de cercanías por el cerro de Garabitas en Madrid. 1973

La segunda parte de este relato arranca con un Carlos de más o menos 18 años, estudiante universitario. Con el poco dinero que lograba durante el curso buzoneando, haciendo pequeñas reparaciones electrónicas y fotografías, salía una semana a trenear desde Madrid. Me gustaba mucho el trayecto Soria-Calatayud-Caminreal-Teruel y Soria-Castejón. En Andalucía disfrute mucho de Bobadilla a Granada en el Ferrobús. El fallo imperdonable es que no hice fotos en estos desplazamientos y todavía no sé por qué.

A comienzos de los ochenta, durante los veranos por las tardes bajaba a Atocha a ver los movimientos, pero ya había menos variedad de material que unos años antes, aunque aún se podían pasar buenos ratos.

Madrid-Atocha. Agosto 1983.

A partir de 1984 me trasladé a Canarias a cumplir el Servicio Militar y aquí conseguí un buen trabajo y formé mi familia. Sin trenes en las islas, las vacaciones ya con niños pequeños y con poca o nula afición a la aventura ferrocarrilera por parte de mi esposa, ralentizaron mi ritmo. Pero, en 2005, navegando por internet me encontré con ASAFAL y, entonces, llego el Congreso: La experiencia para mi hijo y para mí fue imborrable y doy las gracias a todos los que lo hicieron posible.

Mi hijo Andrés en el tren del Congreso de la FEAAF, organizado por ASAFAL, en Almería. 2005.
Mi hijo Andrés en la locomotora 140-2054 en Guadix. 2005.

Bueno, esto va tocando a su fin (el relato, se entiende) porque mi pasión por los trenes sigue viva y pese a las dificultades para disfrutar de trenes como los de antes o simplemente lo que entendemos algunos como trenes, solo queda el buscar itinerarios y planificar salidas solo o si puede ser acompañado.

Compartir afición e ilusiones con los hijos.

¡Qué más puede uno desear!

Autor del texto: CARLOS CIDONCHA GÓMEZ

Foto de portada: el autor de este texto contempla un tren cerca de Ciudad Real en 1966.

Agradecimientos a Pedro Mena, Alejandro de la Paz y Antonio Aguilera por animarme a escribir sobre estos emotivos recuerdos..

Compártelo en tus redes sociales