LA VOZ DE ALMERÍA

Javier Adolfo Iglesias

Sábado, día 9, el último expreso nocturno para Madrid va a salir de Almería.
Hasta el día anterior no supe si haría el viaje y estoy obligado a elegir entre literas y segunda.
La ocasión histórica merece un viaje cómodo pero el taquillero de Renfe me dice que desde hace varias semanas están todas las camas vendidas.
Pues elijo la primera opción, de niño dormí en las alturas y me parecía divertido. Me presento en la estación con el tiempo justo.
Los vagones pintados de azul y blanco parecen prometerme que iré dormido sobre una nube.
Pero cuando entro y doy con mi sitio me caigo de ella.
Desde la puerta me choco con la presencia olorosa de cuatro hombres que en el angosto habitáculo parecen cuatrocientos.
Temo no llegar descansado para el día siguiente en Madrid y me espero a ver si es posible cambiar de litera.
Afortunadamente lo consigo y me traslado a otra habitación con otro compañero recien duchado como yo.
Varias puertas más allá quedan como inalcanzables y en terreno yu-yu, los coches cama, pequeñas habitaciones individuales, incluso con servicio y ducha. El viaje se inicia y desconozco lo que traerán las casi diez horas posteriores.
Viajar en el expreso nocturno a Madrid en litera es lo más parecido a una experiencia paranormal.
Para empezar tienes que cruzar el mundo de las tres dimensiones y empezar a moverte en uno de, como mucho, dos y media.
En apenas tres metros cuadrados convivirán toda una noche eterna seis personas.
El habitáculo Introducirte en cualquier litera es todo un desafío de contorsionista.
Si logras meter tu cuerpo entre un nivel y otro más vale que no lo muevas, sólo hay el espacio suficiente para quedarte tumbado -boca abajo o boca arriba- y con los brazos pegados al tronco.
Una brida de color caqui cruza de arriba a abajo las tres camas intentando darte la seguridad de que si en un frenazo te vas a caer desde el tercer piso, al menos podrás acodarte de la mili.
Ahí te espera una sola sábana, un cojínito que debe ser una almohada y una manta que no se la darías ni a tu gato, pero que a mitad del trayecto terminarás arrullándola y liado en ella como los mininos de esos posters cursis.
Al principio parece una sauna el lugar pero con el paso de las horas los pies te irán avisando de que se está convirtiendo en un frigorífico.
El supuesto mando que controla la temperatura gira y gira sin tope, debe ser un nuevo sistema de medición enesimal.
Para quitarte los calcetines o cualquier otra prenda no cuentes con hacerlo sentado en tu litera si aprecias tu cabeza, debes ser experto en protocolo al menos.
Las seis personas que viajan en este cajetín deben ordenarse espontaneamente para realizar esta operación en el pasillo común.
Dudé si llevarme pijama y ahora me alegro de no haberlo hecho.
¿Dónde habría puesto la ropa? El diseñador de estas cajitas-literas, hombre ahorrador en trajes seguramente, no pensó en colocar ningún percherito para los que nos cambiamos, al menos para dormir.
Eso sí, hay dos reposa-algo extraíbles que sirven para hacer ruido.
Psicofonías Y en esto más vale no resistirse ya que seguimos en el terreno de lo paranormal.
Durante nueve horas iré conociendo un rosario de psicofonías ferroviarias que más vale aceptar.
La puerta que no encaja, la persiana que vibra y el traqueteo del plafón de plástico del techo te ponen la banda sonora de una noche que empieza a ser de pesadilla.
“Extraños en un tren” o “El Expreso de medianoche”, no se qué elegir, ¡vaya noche!. Cuando empiezo a acostumbrarme a los ruidos, el cansancio me vence y los párpados se me caen…
“ding dong, estación Linares-Baeza”.
¿A quién c…le importa donde estamos? Si son las tres de la madrugada, vamos para Madrid y los que estan en la estación ya saben donde están Aprovecho el desvelo para dar un paseo e intentar coger el sueño de nuevo.
Junto al retrete hay un certificado de limpieza: “Métodos de control: desinfección (no), desinsectación (si)….Objeto: bacterías, blatella, germánica, ratas , ratones”.
Es tranquilizador.
Sigo leyendo: “Fecha de la aplicación: 18 de mayo del 2001.
Acción residual hasta 1 mes”.
¿Y si en un mes le da tiempo a las ratas a ir a Madrid visitar a su familia de El Prado y volver a Almería? Dejo las elucubraciones delirantes y echo un vistazo al coche contiguo de segunda.
Hay una pobre japonesa, rígida como en un ceremonial del emperador.
No se ha dado cuenta que los asientos se pueden deslizar.
Sólo los asientos, porque el respaldo se queda donde estaba, cosa ilógica.
Los departamentos de segunda suelen ser cogidos por aquellos que desconocen lo que le espera.
Aunque me encuentro con Cristóbal, que se las sabe todas.
“Si te toca un compartimento vacío para tí solo puedes abrir los seir asientos y convertirlo en una cama de matrimonio”.
Este tiene un Twingo o no se ha casado todavía, pienso.
Cuando vuelvo a mi pseudo-cama, derrotado y faltando menos de la mitad del trayecto me pongo reflexivo.
¿Por qué Renfe no ofrece suficientes coches-camas?, ¿por qué los asientos de segunda a lo Paco Martínez Soria no se sustituyen por cómodos reclinables como en los Talgo?, ¿por qué nos quieren hacer ver que es imprescindible e irremediable la defensa de este convoy tercermundista para exigir que se mantenga el servicio nocturno a Madrid?, ¿han viajado los políticos alguna vez en litera o en segunda?, ¿no podría mantenerse el tren nocturno a Madrid pero con un mejor servicio? Cuando acaba la pesadilla y llego a la estación de Chamartin con el esqueleto machacado y con sueño hasta en las uñas encuentro las respuestas en los andenes de al lado.
Unos confortables Talgos con asientos y literas dignas que acaban de llegar de otras regiones de España.

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